Armando Valijas
30 de Agosto, 2014
Aruba: la poderosa seducción del Caribe
11:00 | La seductora isla de Aruba ofrece playas de arena blanca, aguas transparentes, hoteles de alta gama y una gran diversidad cultural.

Un tranvía azul que corre entre las palmeras y negocios de Betico Croes, una de las calles más tradicionales del casco antiguo de Oranjestad, capital de Aruba. Una mirada desde la ventanilla del avión que baja hacia el aeropuerto Reina Beatriz, con las aguas cristalinas allá abajo y las siluetas de los hoteles de playa en el horizonte. La etiqueta verde de la cerveza Balashi, tan típica de la isla como las cremas de áloe vera que se fabrican aquí desde 1890. Enormes cruceros que llegan desde Miami para quedarse unos días en el puerto de Oranjestad. Turistas que bucean entre peces y barcos hundidos. El atardecer junto al faro California, en el norte de la isla. La solitaria capilla de Alto Vista, sitio de peregrinación desde hace tres siglos. Los muros en ruinas de una fundición de oro en Bushiribana, que datan de 1872. Las palabras que suenan extrañamente familiares en papiamento, el idioma de la isla que nació del trato entre los esclavos africanos, las poblaciones originarias y los colonizadores españoles, holandeses y portugueses. En verdad, no es sencillo elegir una única postal de Aruba, tan rica en contrastes y en historias.

Ante la hilera de más de treinta hoteles alineados entre Palm Beach y Eagle Beach -las playas más concurridas- el turista que aterriza por primera vez en Aruba creerá estar en una Disneylandia para adultos. Pero en sus escasos 180 km cuadrados de superficie, esta isla de origen volcánico tiene paisajes muy distintos. En la costa occidental están las playas de ensueño, hoteles, casinos, canchas de golf y centros comerciales que bordean el concurrido L. G. Smith Boulevard. Sobre la costa, bordeada por una moderna ruta, vive la mayoría de los cien mil habitantes de Aruba, entre las dos ciudades importantes de la isla: Oranjestad al norte y San Nicolás al sur. El puente de Spaans Lagoen une ambas ciudades, pero también es un símbolo. Se dice que los nativos de origen mestizo viven pa ‘bao di brug (en papiamento, "de este lado del puente"), mientras los arubianos de habla inglesa -nietos de los inmigrantes negros de las Antillas Británicas, que se asentaron en San Nicolás en 1920 para trabajar en la refinería de petróleo de la Standard Oil- viven pa ‘riba di brug ("al otro lado del puente").


Un viajero inquieto podría preguntar ¿Ken ta Arubiano? ("¿quién es arubiano?"), para contestarse pronto: todos lo son. Es que aquí la mayoría aprende desde chico a dominar al menos cuatro idiomas -holandés, papiamento, inglés y español- y a divertirse con los ritmos musicales más diversos. También se aprende a comer de todo un poco, desde sopa de iguana hasta quesos holandeses y las más extrañas carnes a la parrilla. Si es cierto que hay al menos cinco versiones del Caribe -el que colonizaron los españoles, el de los ingleses, el francés, el holandés y el estadounidense- parecería que todas ellas encontraron un hogar amable en Aruba, ubicada a menos de 30 km de las costas de Venezuela.

Si hablamos de contrastes, la costa oriental de Aruba es casi la otra cara de la luna: desértica, con acantilados, oleaje fuerte y playas rocosas para los entusiastas del surf. Entre ambas costas, el interior de la isla es un desierto poblado de cactus donde sólo desentonan los tanki, oasis de agua que acumulan las lluvias. Por allí está el Parque Nacional Arikok -ideal para hacer senderismo en el casco de las antiguas plantaciones Prins y Fontein- donde no faltan lagartijas, búhos, serpientes de cascabel, burros y cabras salvajes. En el horizonte sobresale el cerro Jamanota, que con sus 188 metros de altura es el mayor de la isla. También se pueden observar milenarias pinturas rupestres en la cueva de Fontein y en las rocas de Cunucu Arikok, un museo al aire libre.

Entre el millón de turistas que anualmente visita Aruba, la mayoría llega de Estados Unidos y eso tiene su razón de ser. La popularidad viene de la época de la Segunda Guerra Mundial. En el mirador Heuvel de Sero Colorado, ubicado en el extremo sur de la isla -en un día claro se ve el horizonte hasta la vecina isla de Curacao- los soldados estadounidenses montaron en 1942 baterías de cañones para proteger la refinería de petróleo contra posibles ataques de submarinos alemanes. Los barcos de los Aliados se detenían por aquí para cargar combustible en su ruta hacia Europa y también para que sus marineros olvidaran penas en el bar "Charlie's", que sigue en pie en San Nicolás. Los alrededores de Aruba están poblados de barcos hundidos, hoy un motivo de atracción para los buceadores.

DE LA SAL, EL ORO Y LOS VIAJEROS

La isla no se agota en el libreto clásico del Caribe, pero lo incluye: hoteles con todos los servicios -incluidas las comidas- y casinos, canchas de golf, shoppings con tiendas de marcas internacionales, cocteles al atardecer en bares de playa, bailes y tragos hasta el amanecer en modernas discotecas.

Quien quiera ver debajo del agua encontrará en Aruba otros atractivos que vienen desde el fondo de su historia. Aruba, Curacao y Bonaire -las tres Islas de Sotavento- fueron conquistadas primero por los españoles en 1499 con los viajes de Américo Vespucio. Ninguna de ellas parecía tener oro y plata. Por eso, los españoles insistían en llamarlas "las islas inútiles". En 1504 el primer gobernador, Alonso de Ojeda, desterró a los originarios pobladores caquetíos a Santo Domingo, para que trabajaran allá como esclavos en las minas de oro y en las plantaciones de azúcar.

En 1634, la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales (WIC, en holandés) estableció en Curacao una base para el comercio de esclavos, sal, azúcar y maderas. Desde allí, el dominio holandés se extendió hacia Aruba y Bonaire. Luego de un breve intervalo a comienzos del siglo XIX por conflictos con Inglaterra, fue Holanda la nación que controló las tres islas.

Los colonizadores comprobaron que en Aruba no había agua suficiente para cultivar caña de azúcar en grandes plantaciones con el sistema esclavista típico del Caribe de esa época, pero vieron que el sur de la isla tenía salares -la sal era útil para conservar el pescado- y buenos pastos para criar ganado. Desde fines del siglo XVIII se asentaron colonos europeos en la playa de la bahía Paardenbaai. En ese sitio, con la construcción del fuerte Zoutman en 1824 y la mudanza del gobernador holandés, surgiría Oranjestad, la actual capital. La fortaleza es hoy un museo donde semanalmente se hace el Festival Bon Bini ("bienvenido") para los turistas que quieren comprar artesanías, comer platos típicos y oír ritmos musicales de tumba, el folclore característico de Aruba.

La comida es otro indicio de la diversidad isleña. Algunos opinan que el plato nacional es la pesca del día -barracuda, atún, wahoo, mahi mahi- acompañada por salsas, arroz y pan de maíz. La balchi di pisca ("torta de pescado") disputa preferencias con el asado estilo Aruba -en el que conviven pollos, verduras y cabrito, entre otras carnes- junto a batidos de frutas. A la noche no desentona un trago de kadushi, cóctel que une el puré de cactus con la crema de coco, ananá y granadina.

Como señalan Olga Van der Klooster y Michel Bakker en su guía de Aruba, el año 1824 fue clave porque se descubrió oro en la isla. Las calles más antiguas de Oranjestad -como Wilhelminastraat o la antigua Nassaustraat, ahora llamada Betico Croes- donde se conservan casas de estilo colonial holandés, eran las "vías de oro" para ir hacia las minas.

En los años de auge, hasta 1914, desde sitios del interior de la isla como Miralamar, Bushiribana y Balashi se llegarían a exportar 1.600.000 kilos de oro. Nicolaasbaai, la futura San Nicolás, era en el siglo XIX un pueblo de humildes casas cunucu, sencillas chozas campesinas construidas con adobe. Por sus muelles salía la producción de pescado, sal, coco, leña y jabón de aloe hacia Curacao. En 1924 la instalación de la refinería de petróleo Lago, de la Standard Oil, cambió la vida de muchos: nacieron barrios residenciales -como The Colony- junto a otros más sencillos, como The Village. Florecieron bares, hoteles y clubes nocturnos en Zeppenfeldstraat, que hoy sigue siendo la calle más comercial.

Aunque no es recomendable andar de noche por ciertas callecitas de San Nicolás, en el barrio que creció alrededor de la refinería, The Village, hay otro espejo de la diversidad cultural isleña, marcada por la influencia de los inmigrantes de las Antillas Británicas. El Carnaval, fiesta que identifica a Aruba, reúne un cóctel isleño: Oranjestad aportó carrozas con palmeras y grupos de enmascarados -por la tradición de los bailes de disfraz- y San Nicolás trajo desfiles a pie con tambores de metal y ritmos de calypso, propios de los inmigrantes de Trinidad y Jamaica. Desde 1985, cuando cerró la refinería, la apuesta es el turismo. Probablemente fue una bendición para Aruba, adonde no llegan los huracanes del Caribe. "Otra caricia de la suerte", suelen decir los isleños.

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