Salud
10 de Febrero, 2014
Nutrición natural y preventiva: tu alimento es tu medicina
06:00 | Dos especialistas, desde Córdoba y Entre Ríos, explican los fundamentos de la Nutrición Preventiva. Qué alimentos curan, enferman o causan adicción, según esta corriente.

No se trata de contar las calorías gastadas, consumidas o acumuladas, ni de armar dietas o programas de ejercicios incumplibles; se trata de tomar conciencia de cómo es y funciona el organismo, desde lo biológico y químico, para luego “depurarse”, dejar de intoxicarse con alimentos inadecuados e incorporar los que verdaderamente nutren y aportan energía de manera más eficiente. Y recordar que no hay mejor alimento que el que viene crudo, sin paquete.

Esa es parte de la propuesta de estos dos especialistas en Nutrición Preventiva, un concepto que va llegando de a poco a los consultorios y ya se incluye en tratamientos.

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Néstor Palmetti es técnico en Dietética y Nutrición Natural, autor de más de una docena de libros e impulsor de Espacio Depurativo, en la localidad de Villa de Las Rosas (Traslasierra, Córdoba), donde recibe a “personas interesadas en tomar conciencia y atender las necesidades higiénicas y fisiológicas del organismo, mediante un proceso de autogestión”.

Mediante talleres y charlas, o con la posibilidad de alojamiento por unos días, se encara un proceso depurativo que consistente en nueve aspectos: la higiene intestinal, la limpieza hepática, la depuración de los fluidos internos, el desparasitado, el reposo digestivo, el ayuno, la oxigenación interna, la elevación vibracional y la imprescindible modificación de los hábitos alimentarios.

El doctor Haroldo Rojas se desempeña como jefe de Clínica e Infectología en el Sanatorio Adventista del Plata, una de las instituciones privadas más antiguas y prestigiosas de Entre Ríos. A los 7 años, una charla sobre Medicina Preventiva que médicos estadounidenses brindaron en su iglesia, lo convenció de dejar de comer carne.

Una vez recibido de médico, ejerció su clínica de la manera tradicional (asistencialista, “con medicamentos que tapan síntomas”) hasta que dio un vuelco hacia nuevos enfoques como la prevención.

Hoy, a sus pacientes los trata usando ese novedoso prisma, motivándolos a un estilo de vida sano, basándose en el acrónimo ADELANTE (Agua pura, Descanso adecuado, Ejercicio físico, Luz solar, Aire puro, Nutrición adecuada, Temperancia, Esperanza en Dios).

Qué, cómo y cuándo comer

"Objetivamente, sabemos que somos frugívoros, que nuestra fisiología digestiva está diseñada y preparada para frutas, hojas, semillas, algas y raíces. Comida viva y cruda. La cocina sin cocina. Evitar cocciones, hervores y cualquier modificación en los alimentos con calor. También es de suma importancia el ayuno, las pausas digestivas. Ese día el cuerpo puede ocuparse en limpiarse en vez de digerir", dice el Palmetti.

En tanto, el doctor Rojas, señala que, además de qué comer, importa el cuándo y el cómo. El sistema digestivo necesita horas de trabajo y descanso, por lo tanto, deberíamos comer solamente en el desayuno (como reyes), almuerzo (como príncipes) y cena (como mendigas). ¿Y entre horas, qué? Agua.

Alimentos que curan

Para Palmetti, primero habría que definir qué es curar. Cuando uno comprende la infinita sabiduría celular que se expresa en nuestro organismo, cae en la cuenta de que el cuerpo nunca enferma sino que simplemente siempre está tratando de sobrevivir del mejor modo posible, adaptándose al “combustible” inadecuado que le suministramos. Por eso, prefiere hablar de “alimentos fisiológicos” (frutas, verduras y semillas), o sea, "aquellos adaptados a nuestra estructura digerente. Esos alimentos se metabolizarán fácilmente, darán muchos beneficios (físicos, energéticos y vibracionales) y no generarán ninguna toxicidad".

"El ajo, la cebolla, la achicoria y el brócoli han demostrado tener propiedades anticancerosas y excelentes antídotos contra los microbios. Hay frutas con poder antioxidante (frutillas, arándanos, frambuesas)", apunta Rojas.

Aquellos que enferman

Según Palmetti, los “alimentos no fisiológicos” (todo lo que no sea frutas verduras y semillas) ofrecen dificultades en su metabolización y resultan perjudiciales para el organismo. "Hace miles de años, por una simple cuestión de supervivencia en la glaciación, el ser humano tuvo que adaptarse a la proteína animal (cárnicos, lácteos), a los amiláceos (cereales, tubérculos) y a la cocción (para poder digerir muchos de esos alimentos no fisiológicos). Como es obvio, adaptación no es normalidad. Luego, la tecnología nos introdujo el alimento industrializado y procesado, con el artificial aporte del desmenuzamiento y la síntesis química, completándose un esquema tóxico y adictivo, causa profunda del proceso de ensuciamiento crónico que luego deviene en los procesos que llamamos 'enfermedades1", asegura.

Rojas apunta, al respecto, que el consumo de azúcar refinada y harina refinada, lácteos y derivados, carnes rojas y blancas no es lo ideal para nuestro cuerpo. "Nos enferman lenta pero progresivamente, además de crearnos adicción. Recordemos las dos herramientas que utiliza la industria alimentaria para tener éxito comercial: el excesivo contenido de sal y azúcar en todos sus productos. Por eso, nuestra dieta no debería estar basada en alimentos procesados, refinados, enlatados, en plásticos ni en tetrabrik. Las harinas y azúcares refinados producen inflamación crónica del endotelio (la capa interior que recubre las arterias) y con el tiempo dan lugar a un sinfín de enfermedades", detalla.

El trasfondo adictivo

Lentamente, dice Palmetti, comienza a entenderse el trasfondo adictivo que envuelve a la comida, más allá de lo psicológico (descarga o compensación emocional), comienza a “caer la ficha” sobre las verdaderas cuestiones físico-químicas que forjan la relación enfermiza con el alimento cotidiano, cuando la comida es utilizada como “relleno” (frente a vacíos internos) y “calmante” (presión por el estrés de la intensidad de la vida moderna). "La industria también aportó lo suyo, echando mano a verdaderos compuestos adictivos, como el glutamato monosódico (GMS) o el jarabe de maíz de alta fructosa (JMAF). Estos alimentos monopolizaron el consumo por el vínculo con nuestros receptores cerebrales y porque generan un efecto relajante", asegura.

Alcalinidad y acidez

Rojas, en tanto, dice que el metabolismo de nuestro cuerpo y el estrés oxidativo, entre otros factores, producen acidez. Una alimentación alcalina contrarresta esta acción. "Los azúcares refinados, las harinas refinadas, las carnes rojas y blancas son las principales fuentes de alimentos ácidos; mientras que el limón, las verduras (fundamentalmente de hojas verdes), frutas y cereales son alimentos alcalinos", ejemplifica.

Pero no es que lo ácido sea “malo” y lo alcalino “bueno”, observa Palmetti: "Ambos se necesitan y se complementan en las reacciones químicas. El plasma sanguíneo debe mantener a ultranza un ligero nivel de alcalinidad, para no perder la capacidad de almacenar oxígeno en los glóbulos rojos y eficiencia en la tarea de eliminación de los residuos celulares, génesis profunda de cualquier enfermedad. En todos los casos, se requiere la suficiente presencia de bases (álcalis) que neutralicen los ácidos. Lo más simple es que la sangre obtenga suficientes bases de los alimentos, y son los alimentos fisiológicos lo que las proveen en abundancia. En caso de carencia (exceso de ácidos circulantes, entre otras cosas, por el uso de alimentos no fisiológicos), la sangre echa mano a dos mecanismos de emergencia para preservar su equilibrio. Uno consiste en derivar ácidos, depositándolos en los tejidos a la espera de un mayor aporte alcalino. Esto genera reuma, problemas circulatorios, afecciones de piel, etc. El otro mecanismo es recurrir a su reserva alcalina: las bases minerales (calcio, magnesio, potasio) depositadas en huesos, dientes, articulaciones, uñas y cabellos. De este modo, la sangre se convierte en un "saqueador" de la estructura orgánica, con el único objetivo de restablecer el vital equilibrio ácido básico que permite sostener el correcto funcionamiento orgánico".

El poder de las semillas.

"Son el alimento más concentrado y fácil de conservar, transportar y consumir, y todas son buenas. Algunas podemos consumirlas directamente o siempre mejor activadas (remojar durante la noche). Nos referimos a almendra, chía, cajú, coco, girasol, lino, maní, nueces, pará, pistacho, sésamo, zapallo. Otras requieren la germinación (alfalfa, amaranto, amapola, fenogreco, lenteja, quínoa, sarraceno). Las semillas pueden dar lugar a saludables licuados sustanciosos, sopas licuadas, leches, mantecas y quesos vegetales y combinan muy bien con frutas y hortalizas. Este grupo esencial nos garantizará la adecuada provisión de grasas y proteínas de alta calidad", enumera Palmetti.

"Y aunque siempre se las pensó solamente como un alimento para pájaros, son indispensables para nuestro organismo. Las más conocidas y necesarias son lino, chia, sésamo y girasol. Recordar que se deben consumir trituradas, ya que enteras sirven solamente como fibra mientras que molidas brindan propiedades antioxidantes y calcio. El lino es, por ejemplo, la principal fuente de omega 3 de origen vegetal", coincide Rojas. 

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