Negocios & Marketing
19 de Marzo, 2018
El precio que se debe pagar por caer en la tentación de avivar las llamas del miedo para obtener rédito político
14:06 | Son muchas las estrategias a las que se puede recurrir para defender o atacar una ideología. El alarmismo puede ser un recurso muy tentador para quienes están dispuestos a recurrir a él, pero tal decisión suele salir cara.

En las presentes líneas desarrollaremos este planteamiento, pero para que puedas cerciorarte de tener claro de qué estamos hablando, te recomendamos que eches un vistazo al análisis que elaboraba Fernando Rodeles, Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la UBA, con ocasión de las elecciones de 2015 en Argentina.

El daño que se provoca a la población

Google Master

Manipular la inquietud de las masas, incrementándola para el propio beneficio, tiene unos efectos perjudiciales obvios. De entrada el alarmismo provoca que el panorama social se enturbia, complicando el día al día de los votantes al añadir tensiones en su entorno.

Evidentemente, esto ya sería lo bastante malo en sí mismo. Pero solo hemos hablado de lo que ocurre con total certeza; nos queda hablar de lo que puede terminar ocurriendo. Los casos más extremos de alarmismo vaticinan un descenso al caos. Y de manera paradójica, en algunas ocasiones son las propias declaraciones lapidarias y fatalistas las que provocan una situación de caos generalizado.

No es tan complicado como solemos creer, que si esta estrategia se aplica en un momento de especial delicadeza, la población en conjunto o algún sector afectado puede alcanzar un “punto de rotura” que les conduzca a iniciar acciones, eventos o incluso disturbios que dificulten, llegando en ocasiones a imposibilitar, el funcionamiento normal de un país.

Por lo tanto es seguro que echar leña al fuego del terror causará alguna clase de daño, cuando menos, a algunas personas, pero lo que es peor todavía, si los vientos soplan en la dirección correcta esta llamarada podría extenderse, alcanzando al conjunto de la nación. Así pues, la cuestión no es si una campaña del miedo tendrá efectos negativos, en cambio estamos hablando si estos efectos perniciosos serán moderados, graves o muy graves. En cualquier caso, no supondrán un coste asumible.

El daño que se provoca al partido

Podríamos pensar que hacer algo como lo que señalamos en el apartado anterior, sacrificando en cierto modo a la población o al menos a parte de ella en favor de un interés político, debería pasar factura de modo automático a los responsables y su círculo. Pero no es así. La posibilidad de salirse con la suya, aunque reducida y a un gran coste en forma de “daños colaterales”, está presente. Tal vez no se descubra la estratagema. Tal vez el pueblo no se de cuenta de que quien vertió la alarma lo hizo pensando en su propia agenda, y no en lo que sería verdaderamente mejor para los votantes.

Ahora bien, no debe entenderse por ello que los usuarios de estrategias así tienen sencillo escapar a las consecuencias. Son muchas las cosas que pueden salir mal, dejándoles en evidencia ante cualquiera que no esté cegado por la lealtad o la fe al partido.

El artículo que recomendamos al comienzo del que estás leyendo ilustra varios posibles desenlaces así, los cuales indicaremos a continuación desde una perspectiva genérica, sin entrar en detalles de acontecimientos concretos (si deseas ampliar tu entendimiento de la cuestión conociendo tales ejemplos, de nuevo permite que te remitamos al documento escrito por Rodeles).

Para empezar, que una figura política aparezca en público incitando el temor de la población hace posible a sus adversarios rebatir las predicciones vertidas. Es decir, que se exponen a un enfrentamiento más bien teórico-dialéctico que, nada más comenzar, probablemente dejará de manifiesto los propios miedos internos de su partido (sobre todo si dicho partido se encuentra en el Gobierno durante esos momentos).

Además, durante ese duelo mediático, si su rival o rivales poseen la habilidad suficiente, podrían girar las tornas y fortalecer su posición, mitigando la inquietud de los votantes y remarcando de forma aún más evidente la estrategia que utilizaron los que intentaban aprovecharse del miedo.

No solo eso, sino que incluso en el supuesto de que lograran esquivar el conflicto dialéctico que seguiría a sus declaraciones fatalistas, acto seguido habrían de encarar la impasible prueba del tiempo.

Supongamos que afirmaran que, de no hacerse X, el país entraría en un período de inestabilidad. La jugada sale mal, y X no se lleva a cabo. Pero todo permanece igual. Habrían fallado a la hora de alcanzar su objetivo, y encima tendrían que soportar la vergüenza (y el castigo de los votantes) por haber planteado una escena caótica y terrible que entonces se demostraría falsa.

Y en caso de que el pueblo entre en el juego, tampoco irá muy bien a quienes lo manipularon si sus predicciones no encajan con el desenlace. Mismo planteamiento de antes, “o se aplica X, o el país sufrirá Y mal”. Funciona; la gente se pronuncia en favor de X, por lo que se lleva a cabo. Y el mal temible del que hablaban llega. De manera que los votantes aceptaron aquello que el partido señalaba como la solución, para después sufrir lo que se suponía que iban a evitar. Una victoria a corto plazo, que a largo plazo pasará factura a sus artífices.

En conclusión, estratagemas como la que analizamos no deberían emplearse, tanto por la lesa moral del acto en sí, como por la elevada probabilidad de que salgan mal y se deba pagar por ello. Al final, son los honestos los que pueden afirmar haber triunfado, pues quienes toman los caminos equivocados tarde o temprano pagan por ello. 

DEJANOS TUS COMENTARIOS